lunes, 19 de octubre de 2009

EDWARD BALDERA GÓMEZ NARRA LO QUE PASÓ


“Ese día oré como diez veces y me soñé en casa”

SÓLO DOS HOMBRES SE QUEDABAN TODO EL TIEMPO CON ÉL Y SE TURNABAN PARA BUSCAR LOS ALIMENTOS.

Santo Domingo.- El día que lo secuestraron, Edward Baldera Gómez se levantó como de costumbre: a las seis de la mañana. Se bañó, se cambió y se fue a Samaná para atender el negocio familiar. Ese viernes, 18 de septiembre, parecía una fecha normal, pero fue un día que cambió el curso de la historia de la familia Baldera Gómez. El rapto de su hijo la sumergió en el dolor y la incertidumbre y la colocó en el ojo de la opinión pública. Su vida ya nunca será igual.

Un equipo encabezado por el director de LISTÍN DIARIO, Miguel Franjul, y el subdirector, Fabio Cabral, se trasladó a la ciudad de Nagua, para conocer la verdad de los hechos.

Este es el relato, contado por su propio protagonista:


Cómo fue ese día?



Eso fue un viernes, 18 de septiembre. Yo normalmente me levanto a las seis, me baño, me voy para mi trabajo con mi cuñado y otro empleado. Me fui para Samaná con un millón y pico de pesos.

Como a las dos de la tarde vimos a unos tipos sospechosos allá; llamamos a mi papá y él llamó al coronel de la Policía en Samaná. La Policía fue y se los llevaron presos y todo fue normal, cerré el negocio como a las cinco de la tarde y cogí para acá, con los dólares y euros que compro. Llegamos en el transcurso de una hora, entro a mi casa, me cambio de ropa, guardo el dinero y salgo para el gimnasio. Salgo del gimnasio como a las 8:30 de la noche pero como mis padres estaban en un retiro en la capital, me voy para donde mi novia para poder venir temprano a mi casa. Como a las 9:00 llegan tres hombres, caminando y uno me dice:

- El coronel Escolástico te mandó a buscar

-¿Qué quiere el conmigo?

-No, él te va hacer un par de preguntas y vienes de una vez.


Entonces me pusieron las esposas y me preguntaron dónde estaban las llaves del vehículo y les dije que estaban encima de la mesa, donde también estaban los celulares, mío, de mi novia y el de mi suegra. Los cogieron todos. Me montaron en la camioneta, apuntándome con una Uzi, y mi novia se montó obligado porque la querían dejar y arrancamos. Cuando íbamos a salir camino a (San Francisco de Macorís) , me lo encontré raro. Entonces mi novia dijo que por ahí no quedaba el cuartel, pero ellos la mandaron a callar. Me llevaban con la cabeza abajada, encima de los muslos de mi novia y cuando íbamos por El Factor (municipio de Nagua), me taparon la cabeza y de ahí ya no vi nada.


Luego ellos se paran y le dicen a mi novia que se quedara. Ella dice que no, que la dejaran más adelante frente a una casa, pero ella lo que quería era ir conmigo. A la tercera vez que se pararon le dijeron que se quedara “porque nosotros no somos relajo y ahí estaba claro”.

La desmontaron, y el de atrás le dijo a otro que le diera 50 pesos para el pasaje. Después que la desmontaron a mí me pusieron un saco negro, me arroparon la cabeza

Cuando íbamos más adelante, el chofer dijo que se estaba acabando el combustible. Es un vehículo de gasoil que casi no hace mucha bulla. Ellos me preguntaron a mí que de qué era, y yo les digo que era de gasolina, para engañarlos. Intentaron pararse en un sitio, pero otro le dijo que no, entonces sentí que doblaron por una callecita y se escuchaba un reggaetón que decía “el poco tiempo que te queda a ti de vida”.

Eso me asustó, porque pensé que era a mí y que me iban a matar. Entonces, más para adelante me sacaron y me tiraron en algo, sentí como que era el piso, y otro se fue a buscar combustible en un galón y después volvieron a buscarme. Cuando me volvieron a montar en el vehículo, me di cuenta que cambiaron a un personaje, que era el que iba atrás conmigo, porque el primero que iba tenía la voz más joven y el que montaron hablaba como un viejito. Entonces corrimos unos kilómetros y viene la camioneta “pan, tira un tiro y se apaga”, ellos se averan y preguntan:

-¿Qué le pasa al vehículo?

-No sé.

-Dime lo que le pasa sino quieres que te dé un tiro, habla, habla.

Me puyaban con la punta del arma, sentía que me apuntaban.

-Yo no sé, porque este vehículo es de mi papá, hace como tres o cuatro días que lo compró, yo lo monté por primera vez.

Ahí se desmontaron los dos de adelante y me dejaron con el que está atrás y pasaron como dos horas en eso y entonces vino un vehículo a rescatarnos, me desmontan y me montan en un vehículo más bajito, yo sentía que era un carro. Se sentía que se montaron los tres que andaban conmigo y el que vino manejando el carro. Arrancamos. El vehículo corrió como una hora, me trasladaron a una yipeta. Cuando me trasladaron, dos se montaron atrás conmigo, fueron los dos que se quedaron conmigo.

Era una casa de campaña
Llegamos a un lugar, me hicieron volar un alambre y caminar, caminar, caminar. Iba caminando abajado y seguía esposado por detrás, uno me tenía la mano encima, solo veía para abajo. Caminamos alredor de una hora, Solo nos paramos como tres veces a descansar, pero un ratito, era una loma, yo chocaba con matas y eso, y ellos me guiaban diciendo sube, abájate, hasta que llegamos allá.

Hubo uno de los que nos fue a llevar que se devolvió. Cuando llegamos allí uno de ellos me quita el sweter y la frenela y me lo rompió, me quitaron los tenis, y el pantalón de ejercicios y me dejaron en bóxer...

¿Ahí fue que llegaron al lugar donde te tenían?
Sí, me cambiaron las esposas para adelante, me pusieron un plástico en el suelo y me preparan donde voy a dormir; entonces me quitan la chaqueta y me ponen otra capucha y cuando me van a quitar el saco que tengo en la cabeza, me dicen: “Siéntate y mira para allá”. Me dicen que no me atreva a mirar para atrás y ahí es que me ponen la capucha negra.

Me quedé ahí. Amaneció de una vez, porque era tarde ya, y se hizo de día, sentí la claridad. No dormí, me quedé ahí y amaneció.

¿Cómo era el lugar? ¿era una casa cerrada?
No, no era casa, era en la misma loma, abierto, al aire libre; ellos ponían un plástico para yo dormir, pero desde el primer día que llovió, me pusieron una casita de campaña. Ellos la amarraban. Una goleta se llama. El primer día me la prepararon porque llovía y de ahí en adelante me la preparaba todos los días para que no me molestara el sol, porque daba en lleno en ese lugar.

¿Permanecías siempre en la casita?
Sí, porque ellos me decían que me parara si quería, pero hasta donde llegaba la cadena, pero que tuviera cuidado si intentaba mirarlos “porque te damos un tiro”. Yo siempre estaba en la casita, me paraba a veces.

Oraciones y canciones
Siempre me ponía a orar, en la mañana, en la tarde, noche y de madrugada. Le pedía a Dios que me ayude. “Dame fuerza para salir de aquí, porque mi padre me necesita”. Desde que tenía tres días ahí me llegó a la mente escaparme. Después que yo tenía par de días, ellos comenzaron a quitarme las esposas en una sola mano para comer; después las dos, pero tenía los pies con la cadena. Ellos se acercaban a mí cuando me pedían los teléfonos de mi papá, de familiares, o amigos.

¿Cómo era la rutina de un día en el lugar?
Me levantaba. Ellos me dicen que si quería picar algo; cuando me daba hambre, les preguntaba qué había de comer, casi siempre pan con queso, conconetes, o galleticas.

¿Cómo se llamaban entre ellos?
Ellos se llamaban con nombres raros. El más flaco, (yo les veía las manos) era El Sargento y el que era más rudo conmigo, le decían Teniente. Ellos se sentaban lejos de mí y hablaban sus cosas. A veces iba otra persona a llevar comidas o informaciones, y llevaba una grabadora.

¿Hiciste grabaciones?
Sí, en tres situaciones. Ellos me dijeron que mi papá quería una prueba de vida, “traemos una grabadora para que tú le mandes a decir que tú estás vivo y que pagará por ti”. Me dijeron: “Habla lo que tu quieras, no importa el tiempo”. Y entonces yo grabé el primer mensaje diciendo: “Bendición mami, bendición papi, yo llevo muchos días secuestrado, estoy aquí, me estoy enfermando, no me siento bien; los secuestradores quieren que tú pagues por mí para ellos soltarme”. Ellos me decían por detrás: “Dile que te saque de aquí rápido”, y yo lo hice. Como dos días antes, mi mamá había cumplido años y yo la felicité y le mandé saludos a mis hermanas y a toda mi familia y también dije todo lo que ellos quisieron.

La segunda vez fue que ellos me dijeron que hicieron la grabación “pero tu papá no cree que eres tú, así que vamos a hacerla el nuevo”.

Francisco Baldera, el papá, interviene para explicar: Ellos me llaman para negociar y me dicen: “Mire tenemos su hijo y si no busca cinco millones de dólares vamos a actuar de otra manera”. Y yo les dije que cinco millones de dólares es mucho dinero. Además, yo estoy exigiendo una prueba de vida. Entonces ellos me dicen: “Tú sabes que eso es imposible”. Yo le digo que bajen la cantidad de dinero, porque eso no lo consigue nadie. Ellos me dicen que me enviaron una prueba y yo le digo que eso no me satisfacía porque lo quería oír personalmente. Ellos me dicen que eso es imposible, y yo le digo que hay dos cosas imposibles, que ustedes me devuelvan a mi hijo y que yo les entregue el dinero. Entonces me dicen: “Pero usted no quiere a su hijo”. Yo le digo: mi hijo vale más de ahí, pero yo no tengo ese dinero, pero si ustedes me dan tiempo yo empezaré a tocar puertas. Entonces me dijeron: “Está bien, nosotros se lo vamos a poner otra vez, entonces me trajeron otra grabación”.

Edward continúa el relato: En la segunda grabación ellos me dijeron: “Tu familia no cree que tú estás vivo, ahora queremos que digas cosas íntimas de tu casa, de tu relación con tus padres”. Me dijeron, piensa, para que sepas lo que vas decir.

Entonces saludé como siempre y le besé la mano y di detalles. Dije que atrás de la casa había un gallinero, una iguana, un pocito que hay una hicotea, que en medio de la casa hay unas cascadas, que en mi habitación había una computadora, unos cuadros y todos los detalles. Dije que mi papá y mi mamá que era una familia unida, que nos llevamos bien. Entonces me dijeron: “Di la fecha” y yo lo hice. Eso fue después de la segunda grabación, porque iban un día sí y otro no. Entonces se la llevaron y les oí decir: “Con esto ellos van a creer que está vivo porque él dijo cosas que solamente la saben ellos”.

Interviene otra vez Francisco: Yo la oí, pero le dije que lo quería oír yo, no una grabación, pero la segunda vez les dije que la repitieran para que su mamá la oyera y lo hicieron y la oyó su hermanita también e identificamos la voz correctamente como la de nuestro hijo, pero queríamos hablar personalmente y me dijeron: “Eso es imposible. Ve buscando los cuartos ya, nosotros somos serios en esto, y tenemos el control de ´tó´, la policía, eso es mierda”.

¿Siempre se comunicaban por tu celular?
No, una vez utilizaron a una persona de Samaná que tiene una casa de cambio cerca de nosotros, Ellos les pidieron el número a mis hijos de todas las personas relacionadas.

Tres preguntas, cuatro respuestas
Regresa Edward con la tercera grabación.
Pasó un día de la segunda, volvió el hombre con la grabadora y dijo: “Te vamos hacer otra, porque tu papá oyó la segunda y él sabe que eres tú, pero dice que no sabe cuando se grabó, que quiere saber si tu estás vivo y te mandó hacer tres preguntas. Él quiere saber cómo se llama el perfume que te trajo la última vez que viajó, cómo se llama la perrita de tu casa y cuál es tu comida favorita. También preguntó el instrumento que sabías tocar”.

Yo le dije: el perfume se llama Montana, el instrumento es la batería, la perrita se llama Titi y mi comida favorita es arroz, habichuela y carne (risas por lo de “la bandera”). Entonces uno de ellos dijo: “Ahora sí vamos a cobrar porque esas preguntas las mandó hacer el papá y con esto va a estar seguro de que su hijo está vivo. No te desespere, mi hijo, que si tu papá paga, nosotros te vamos a entregar vivo, pero si no paga tu vida corre peligro”.

¿Alguna vez sentiste que corrías peligro?
Ellos eran dos, un flaco y otro más llenito. El que era un chin más llenito se sentaba atrás de mí y me decía: “No me mires, si lo haces te doy un tiro, yo no relajo”. Un día me dijo: “Oye, ¿tú y tu papá se llevan mal?”, yo le dijo no, nos llevamos bien. Entonces me dijo: “Parece que tu papá no te quiere porque él no hace nada por ti, lo que quiere es que te maten, porque si él te hubiera querido, habría resuelto hace días. ¿Qué tú crees?,

Yo le dije, yo no sé. Entonces él me dijo: “Ellos lo que se pasan el día en la casa orando, ellos creen que Dios es que te va a salvar y de aquí no te salva nadie, aquí nadie te va encontrar, la Policía nunca va a llegar aquí a este lugar”.

¿Cómo planificas la escapada?
Desde el tercer día estaba planificando la escapada. Cuando ellos me soltaban una mano, me entretenía jugando y me ponía a mirar las esposas. Primero ellos me amarraron los pies con un lazo, pero después me pusieron las cadenas y la amarraban en una mata. Yo pensaba en cómo soltarme las manos y los pies. Lo de las manos comienza en la noche. Yo les decía que me dejaran las esposas flojas. Intentaba sacar la mano y las esposas no me pasaban y me pelaban, lo intentaba con la izquierda, porque la mano izquierda uno la tiene más fina, lo intentaba, pero de ahí no pasaba. Cuando me soltaban para comer, después me las ponían de una vez y no me daba tiempo de nada. Después de los días me cogieron confianza y me dejaron una mano suelta y como ya sabía como cerrarla, ya que ellos le entraban la llave y daba la vuelta completa y como que grapaba. Agarré un pedazo de madera y pelé un palito y lo corté y lo entré. Hizo “pac” y vi que abrió.

Si la esposa la pasaba de tres toques ya no abría con el palito. Ellos me tenían confianza y hasta me decían que me las pusiera yo mismo y me las ponía pero sin los tres toques. Ellos solo revisaban y chequeaban que las tenía puestas y me dejaban solo. Como estaba solo en la casita de campaña y ellos cuando se oscurecía no dormían ahí adentro, aunque a veces iban a revisar con un foco, yo me quitaba las esposas y me arropaba con las sábanas. Me levantaba de madrugada a abrir las esposas. Entonces yo me dije: ya aprendí abrir las esposas, ahora tengo que buscar la manera de cómo abrir la cadena.

¿Siempre tenías la capucha?
De día, siempre; de noche me dejaban que la levantara, pero hasta cerca de la nariz, o si me daba calor, me la quitaba sin mirar para allá, y antes de amanecer tenía que ponérmela. Ellos dormían afuera. A veces por curiosidad intentaba mirar, pero ellos tenían capuchas, las de ellos eran blancas.

¿Siempre tuviste la misma ropa?
No, el primer día lo pasé en bóxer, pero al amanecer el tercer día, ellos me dijeron: “Te vamos a poner una ropa”. Me pararon y me pusieron un pantalón grandísimo, buscaron un cordón de un zapato, me amarraron, y me pusieron un swéter. En las fotos y la televisión yo aparezco con una camisa que me pusieron en el pueblo donde me ayudaron. Allá no había muchos mosquitos, normalmente me picaban en los pies.

(Los familiares conservan las ropas con la cual estuvo en cautiverio)

Ahí viene lo de las cadenas. Yo me decía: el nudo está demasiado lejos y no lo alcanzo, me puse a analizar, halé pero hizo bulla, los alerté, pero solo dijeron: ¿Qué pasa? y les dije no, nada, pero seguí halando.

Al otro día comencé a halar con los pies una piedra hasta que la puse al lado mío y le di al candado, y el más viejo vino con un foco y me dijo: ¿Que tú quieres? y se fue. Al otro día vio la piedra al lado y la botó. Entonces descarté lo del candado. Me quité el tennis, y la media y comencé a forzar la cadena y forcé hasta que me levanté el cuero y no pude. Entonces le pedí a Dios que me ayudara. Todos los días le pedía a Dios, oraba y lloraba. Me ponía a cantar y terminaba llorando, porque esos son los días más largos.

¿Qué cantabas?
Canciones viejas, que le gustan a mi papá: Camilo Sesto, José José, Charles Aznavour, Camboy Estévez, Antony Ríos y todos esos artistas. Cantaba, me entretenía y terminaba llorando y uno de ellos, el más flaquito, que tenía la voz de más viejito, me decía: “No te preocupes que tú vas salir vivo de aquí”. Pero el otro me decía: “Tú sales vivo de aquí si pagan”. Yo no tenía esperanzas.

¿Cuando llegó el momento en que no tenías esperanzas, ¿qué pensaste de ti?
El primer día que me llevaron, el más agresivo me dio dos golpes con el arma. Cuando ellos me volaron del alambre, en una que intenté levantarme, él me dijo: “Tú lo que quieres es vernos” y me dio en el estómago y cuando me encogía me repitió en la espalda con la misma arma y jamás volví a tratar de mirar, tenía un dolor de espalda inmenso. En lo primero creí que me iban a matar, pero después no. Porque les pregunté a ellos, ¿por qué a mí?, y “el malón”, me dijo: “Porque tu papá es el hombre más rico de Nagua”, y yo le dije: eso no es verdad. Me dijo: “Cállate, que nosotros no hacemos esto a lo loco, sabemos lo que hacemos”. Ese día ya yo sabía lo que era. Además él me dijo: “Tienes que darme los números de teléfonos”.

Después de los primeros ocho o diez días, ¿cómo te sentías frente a ellos?
Les tenía odio, aunque nunca se lo demostré, porque les tenía miedo. A veces pensaba, y no viene la Policía y los mata, pero ellos me decían: “Nosotros somos una banda fuerte, la Policía no va poder con nosotros, todas las personas, todo el personal de nosotros anda en las calles libre. Han agarrado algunas gentes de allá por ti, pero ninguna son de nosotros”.

¿Te bañaste?
Nunca, por la mañana con el agua de tomar me enjuagaba la boca. (En ese momento, Miguel, su padrino, abre una funda con la ropa que Edward usó siempre, bastante maloliente).

¿No te afeitabas?
Sí, yo me corto bajito, yo salgo en la foto en un baby shower de mi hermana. Esa fiesta fue el día 13 y me agarraron el día 18. (Ahí interviene el papá y dice todos somos lampiños y muestra a un primo que es igual.

¿Cuéntanos otras vivencias?
Nada, yo hacía tres Padre Nuestro todos los días, le pedía a Dios, por mi familia, por todos, algunos días hacía el Dios te salve, María.

¿Escuchabas algún ruido?
Siempre me quedaba escuchando y nunca escuché ni la bulla de un vehículo, ni la voz de una gente. A veces, cuando me levantaba un poco la capucha, trataba de ver si veía el mar, pero no lo veía.

¿Qué te hacía pensar que el mar estaba cerca?
Porque un día el más flaquito me estaba hablando de la playa y de ahí pensé que estaba cerca. Yo pensaba que estaba en el Sur, porque cuando me acostaba de frente veía el sol, que salía por el Este y se acostaba por el Oeste. Sabía que estaba lejos por lo mucho que duramos en el vehículo. Lo que más escuchaba era a las chicharras, yo no las conocía, pero un día le pregunté a uno, ¿cómo es? y me dijo cómo se llamaba, que era como una cucaracha pero color marrón.

¿Tuviste pesadillas?
Soñaba con Dios, con mi familia, me quedé pensando qué le había pasado a mi novia y ellos me dijeron que había llegado bien, no sé como lo supieron.

EL DÍA FINAL
¿Cómo sales en libertad?
Después de intentar varias veces romper el candado de la cadena, me pongo a ver el tejido y vi como tenía los ganchos y me puse a analizar cómo levanto los ganchitos y dije que con la esposa lo podía hacer, porque era como una cadena de perros, incluso la cadena la tiene el fiscal. Yo dormía con dos sábanas, una la ponía de almohada y la otra me arropaba. Me arropaba los pies y por debajo de la sábana me ponía a mirar cómo estaba engrapada la esposa. Agarré el tejido de la cadena y comencé a levantarlo, le metí fuerte, lo levanté un poquito y seguí intentándolo y, cuando llegué arriba, lo hice con la mano y no pude porque me cansé de tanto intentarlo. Al otro día seguí. La esposa tiene una parte donde engrampa y con esa parte agarré la parte que había levantado y la forcé hasta lograr doblarla y enderezarla, cuando la enderecé solo faltaba desengancharla y cuando lo intentaba se me devolvía. Lo intenté varias veces ese día, hasta que me cansé.

Al otro día sigo intentándolo; lo hice con fuerza y la cadena se desenganchó y me dije: “Dios mío, gracias, gracias por dejarme poder lograrlo”, pero la volvía enganchar con la mano y la metía debajo del tennis y la pisaba para que ellos no se dieran cuenta si entraban a inspeccionarme. A veces me la tapaba con la sábana para que ellos no se dieran cuenta. Cuando me llevaban a hacer mis necesidades, no se daban cuenta, porque no miraban la cadena, solo me iban apuntando con su arma. Yo siempre me decía: “Dios mío, que no se den cuenta”.

Valor a prueba
Ya yo tenía la solución de la esposa y de la cadena, solo me faltaba el momento y el valor. Yo siempre ve daba cuenta de que uno de los dos salía de madrugada, casi al amanecer y buscaba agua. Porque el otro que venía a veces se quedaba en un lugar y chocaba dos piedras , como una señal, y uno de ellos subía, y le entregaba la comida. A lo que yo veo era un poco retirado, porque él duraba rato para allá. El otro solo llegaba al sitio cuando iba a buscar las grabaciones o a llevar informaciones importantes o a preguntarme algo a mí, pero casi siempre se reunían allá arriba.

Como yo sabía que el más flaco era mayor, porque a los dos yo le veía las manos, yo me decía que el día que me iría a escapar tendría que quedarme con ese. Porque no me alcanzaría. El otro me hablaba mal, era rudo y yo le tenía miedo. Me decía: “El día que intentes escaparte -y me daba con el arma en el pecho-, vas a tener dos tiros en los pies, desde que te mandes”.

El martes fue el primer día que tenía en la mente irme. En la madrugada, él mandó al más flaco para arriba. Pasa el miércoles, y él también lo manda y el jueves también, el viernes va él, pero cuando él se va que voy hacer el intento, no me salió el valor, me acobardé. Eran como las cinco y pico.

Me senté a orar, ese día, yo oré como diez veces en el día, y me soñé aquí en la casa y cuando me desperté estaba positivo y sin miedo y sin ná. Eso era en la madrugada del sábado, vi que estaba haciendo una fogata, todavía estaban los dos ahí, la hicieron cerca de mí y los que hablaban ese día yo los oía. Entonces el rudo le dice al flaco: “Voy a subir a chequear la zona”. Parece que oían la noticias, porque le dijo: “La Policía está peinando el país y tenemos que chequear y después voy a encontrarme con la persona para buscar el agua y los alimentos”.

Yo escucha el ruido de las hojas y de las piedras cuando él iba subiendo. Cuando dejé de escucharlo me dije “este es el momento, Señor, de yo hacerlo”. Me quité las esposas y me la guardé en el bolsillo, me tapé con la sábana, me quité la cadena y me quedé ahí sentado, me levanto la capucha, me quedo esperando un rato y cuando pasan como 15 minutos ya estaba el cielo comenzando esclarecer y saco la cabeza y veo que el más viejito estaba de espalda a mí, con un pedazo de plástico de refresco, que era en el que bebíamos agua y su cepillo, está aplastado de espalda. Como yo estaba en la casita de campaña yo podía salir por el otro lado y no me veía y salí aplastado hasta salir dos matas más allá, cuando las pasé, me paré y me fui por la barranca más alta...

Sentí como que él se mandó detrás de mí, pero yo de una vez lo perdí, porque aún estaba oscuro y no se veía y corría sin rumbo, con las dos manos arriba y me quité la capucha y la llevaba en la mano, cada vez que me enredaba me caía, de nalga, de ¥lao¥, como quiera, pero seguía. Por ahí hay unas matas que son como forma de lazos, que tú te enganchas y me enganché en una y me caí y creía que tenía el cocote pelao. Se me quitó un tennis, lo cogí y seguí corriendo. Cuando no aguanté, me lo puse y seguí corriendo. Llegué como a una callecita y vi una cerca de alambres y la volé y me quedé parado. Como no escuchaba a nadie, miré para la derecha y para la izquierda y algo me dijo coje para la izquierda y por ahí me fui. Corrí, corrí, cuando llegué al fondo de esa calle, miré para los dos lados, pero ahí cogí para la derecha.

Iba caminando y agarré dos piedras, me dije: si viene un vehículo me escondo y si viene un motor le pido ayuda. Cuando llego al fondo de la calle doblo a la derecha y cojo por un lugar que hay muchos hoyos, y muchos cangrejos. Creía que eran otras cocas... Seguí caminado y llegue a un lugar grande y limpio y seguí derecho y encontré un camino y caminé muchísimo, hasta encontrar una finca de vacas y miro y sigo caminando, no aguantaba la sed. Me senté, me quité el poloshirt, descansé y seguí y veo otra finca y por fin veo un señor ordeñando y le digo: “Amigo, y un muchachito que está atrás me ve. Le pregunto que si el pueblo quedada lejos, me dice que como a dos horas y media. Ahí le digo que me tenían secuestrado y que me le escapé. Me dijo: “Mi hijo, tú eres igualito a tu papá, yo estaba viendo la noticia anoche y vi a tu mamá ahí gritando”. Me dijo: “Ven, ven por aquí, yo tengo una escopeta, yo soy el encargado de esta finca”. Yo le dije que estaba deshidratado y me preguntó que si bebía leche y agarró el cubo de la leche y me dio de beber.

Después me dijo que tenía unos haitianos podando; ellos cocinaron para que comiera. Le dije que ya no tenía hambre, me dijo que debía comer algo y que me mandaría para el pueblo. Me dieron espaguetis con yuca. Le dije que me venían siguiendo porque me les escapé. Entones, él mandó al muchachito al pueblo para que buscara a la policía.

Llegaron un sargento y un cabo y un señor con una yegua, me montaron y los policías, protegiéndome y mirando para todo los lados con sus armas de fuego y el hombre que vino guiando la yegua.

Duramos como hora y media; se metieron por otro camino, no por donde yo vine. Cuando llegamos a otro lugar había un muchacho esperándome con un motor. Me montaron y en el motor duramos como 45 minutos corriendo, me lo dijo el muchacho. Salimos para el pueblo, cuando llegamos al pueblo todo el mundo sabía de mí. Ese camino estaba así, lleno de gente y pregunté donde quedaba el cuartel y no lo podía ver, por la gente. Me metieron para el cuartel y el guardia le dijo a un haitiano: “Que no entre nadie, mi hermano”. A ese haitiano le dieron un tumbón y la gente entró, todo el mundo tirándome foto. Fue ahí que el sargento me quitó el swéter y buscó una camisa, y el cabo me buscó una gorra y preguntaba: ¿Qué tu quieres? Yo quiero llamar a mi papá. “Vamos a llevarte para Villa Vásquez”, y buscaron a un señor con una camioneta y se montaron mucha gente atrás, armados, por si acaso.

Adelante se montaron los policías y salimos de Copey para Villa Vásquez y ahí tuvieron que poner un lazo en la calle y la gente como quiera lo rompió. Ya ahí me sentía contento, pero quería hablar con mi papá. Los policías me recibieron bien preguntándome: ¿Que tú quieres, mi hijo? Me buscaron agua, refresco, entonces le dije a uno, yo quiero un teléfono para llamar a mi papá. Me dijo que le diera el número, le dije no, yo quiero llamarlo yo y lo llamé.

No pague, me escapé.
Le dije, papi, soy yo Edward, estoy vivo me escapé. Le dije: ¿Papi, tú pagaste el rescate por mí? No pagues que yo me fugué. El capitán me quitó el teléfono y le dijo: él está aquí, en Villa Vásquez con nosotros, vengan a buscarlo con todo y su familia.

¿Por qué le dijiste que no pague?
Le dije que no debe pagar, porque cada vez que me ponían a grabar, yo oía que decían, con esta sí va a pagar. Como desde el martes no tenía noticias, pensé que habían hecho negociaciones.

¿Qué piensas de tus secuestradores?
Que era una banda de secuestradores que me estaba chequeando a mí. Nunca sentí nada raro, parece que hacía su cosa bien hecha.


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