Por:Andrés Hernández
Era una comunidad pequeña donde casi todos se conocían, la gente vivía una vida sana y armoniosa, al caer la tarde casi todos niños y adultos se juntaban en el pequeño parque infantil. Todos eran amables y serviciales.
En una mañana soleada y hermosa todos vieron llegar a una nueva vecina, se llamaba Juana, era una mujer con un rostro agradable y que inspiraba confianza. Solía visitar frecuentemente a todos sus vecinos y estaba muy pendiente de todo cuanto sucedía y casi siempre daba su opinión aunque no se la pidieran.
Pronto empezaron a circular todo tipo de comentarios de cualquier persona y aquel pueblo tranquilo se lleno de todo tipo de chismes con un denominador común, Juana, la cual protagonizaba todos los comentarios.
Más de un matrimonio se destruyó por los comentarios de Juana y algunos hasta preso cayeron por algún comentario de los de Juana. Todo sucedió así hasta que Juana cambio de actitud y fue a ver al P. José a quien confesó todo el veneno que había vertido sobre sus vecinos.
Lo que más le dolía era que por un comentario suyo, habían apresado a Pedro y luego también lo mataron en la cárcel. Ella quería recomponer todo lo que su lengua había destruido y el P. José le dijo que el agua después que se derrama es difícil de recoger toda de nuevo y le puso como penitencia rectificar la imagen de cada uno de los que había dañado.
Cuando inventamos cosas de los demás destruimos a esa persona, no es necesario asesinarlo porque ya moralmente lo hemos destruido. Que difícil es volver a ganar la confianza de nuestros amigos cuando descubren que somos mentirosos y falsos.
La verdad siempre resplandece y tarde o temprano se descubre la maldad que llevamos dentro, por eso la base para una verdadera amistad es la verdad.
Señor tú que eres la verdad encarnada y que siempre defendiste la verdad y moriste por ella, danos la fuerza para caminar siempre en la verdad y defenderla aunque sea con nuestra propia vida.
Les bendice P. Andrés Hernández C.
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Era una comunidad pequeña donde casi todos se conocían, la gente vivía una vida sana y armoniosa, al caer la tarde casi todos niños y adultos se juntaban en el pequeño parque infantil. Todos eran amables y serviciales.
En una mañana soleada y hermosa todos vieron llegar a una nueva vecina, se llamaba Juana, era una mujer con un rostro agradable y que inspiraba confianza. Solía visitar frecuentemente a todos sus vecinos y estaba muy pendiente de todo cuanto sucedía y casi siempre daba su opinión aunque no se la pidieran.
Pronto empezaron a circular todo tipo de comentarios de cualquier persona y aquel pueblo tranquilo se lleno de todo tipo de chismes con un denominador común, Juana, la cual protagonizaba todos los comentarios.
Más de un matrimonio se destruyó por los comentarios de Juana y algunos hasta preso cayeron por algún comentario de los de Juana. Todo sucedió así hasta que Juana cambio de actitud y fue a ver al P. José a quien confesó todo el veneno que había vertido sobre sus vecinos.
Lo que más le dolía era que por un comentario suyo, habían apresado a Pedro y luego también lo mataron en la cárcel. Ella quería recomponer todo lo que su lengua había destruido y el P. José le dijo que el agua después que se derrama es difícil de recoger toda de nuevo y le puso como penitencia rectificar la imagen de cada uno de los que había dañado.
Cuando inventamos cosas de los demás destruimos a esa persona, no es necesario asesinarlo porque ya moralmente lo hemos destruido. Que difícil es volver a ganar la confianza de nuestros amigos cuando descubren que somos mentirosos y falsos.
La verdad siempre resplandece y tarde o temprano se descubre la maldad que llevamos dentro, por eso la base para una verdadera amistad es la verdad.
Señor tú que eres la verdad encarnada y que siempre defendiste la verdad y moriste por ella, danos la fuerza para caminar siempre en la verdad y defenderla aunque sea con nuestra propia vida.
Les bendice P. Andrés Hernández C.
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