Santo Domingo. En los últimos años, la investigación médica ha tenido innumerables confirmaciones del hecho que la grasa corporal no es simplemente "una carga", ni un problema estético, sino que representa un verdadero factor de riesgo cardiovascular, acrecentando las posibilidades de desarrollar patologías cardíacas, vasculares o metabólicas.
Pero el dato más preocupante es que reduce significativamente la calidad y la esperanza de nuestra vida. En otras palabras, reduce el número de años que nos quedan por vivir.
En un inicio este dato fue rechazado. El que la panza pudiera matar…¡no era científico! En los noventa, las investigaciones continuaron y se descubrió que no toda la grasa corporal era peligrosa. La que se deposita en caderas y muslos, típicamente femenina, no representa peligro serio para la salud; pero la grasa que se localiza en la parte abdominal, la "panza" que dispara botones y no le deja acomodarse a gusto, es la que representa un alto riesgo.
La grasa abdominal peligrosa es que aquella localizada en un estrato mucho más profundo, visceral, que constituye el típico abdomen globoso, que compromete incluso nuestra capacidad respiratoria.
"Panza" o "barriga"?
Ningún instrumento de medición ha demostrado ser más preciso que el clásico centímetro de sastrería. La medida de la circunferencia abdominal es un indicador sumamente eficaz de la cantidad de grasa depositada. Se considera medida de riesgo cuando pasa de 88 centímetros en las mujeres y 102 centímetros en los hombres. El sobrepeso, o peor todavía, la obesidad, multiplica ese riesgo.
Cuando la grasa alcanza ciertos niveles, se alteran también algunos índices fisiológicos vinculados a la oxigenación de la sangre: aumentan el número y las dimensiones de los glóbulos rojos, se reducen los movimientos respiratorios del tórax; disminuye la concentración de oxígeno y aumenta la del anhídrido carbónico, con repercusiones a nivel cerebral en términos de capacidad de atención, memoria y concentración.
El depósito de grasa a nivel de la faringe provoca la aparición de disturbios del sueño: fuertes ronquidos, obstrucción de las vías respiratorias (apnea del sueño) provocando somnolencia diurna, causa de accidentes automovilísticos y laborales.
Factores de riesgo:
Existen ciertos factores que no podemos cambiar como el sexo, la edad o la genética. Pero hay otros que el sujeto interesado sí puede modificar para su beneficio:
Una correcta alimentación: no solo en relación a la cantidad, sino en la elección de lo que se come. Los alimentos grasosos (condimentos, quesos, embutidos, etc.) y los carbohidratos simples (los que elevan rápidamente la glicemia y los niveles de insulina en la sangre), son los principales culpables.
El consumo excesivo de vino y alcohol así como el estrés se asocian a un considerable aumento de la grasa abdominal. El estrés eleva la producción de cortisol, una hormona que nos ayuda a enfrentar situaciones de emergencia, pero que también aumenta el apetito; estimula la glicemia y por tanto, también la insulina. Un individuo que por el motivo que sea, vive en una condición de estrés crónico, tendrá elevados niveles de cortisol circulante y por lo tanto, se sentirá impulsado continuamente a alimentarse excesivamente.
La sedentariedad está implicada con la acumulación de grasa en el área abdominal aunque no es menos cierto que la actividad física regular la reduce significativamente.
¡Adiós panza!
En la lucha contra la panza no todo son malas noticias: es la primera área donde se verifican los efectos adelgazantes cuando se emprende una dieta baja en calorías o se eliminan o se controlan las causas que están en la base de su formación y que son modificables. Manos al centímetro y ojo a los hoyitos del cinturón. Si quiere una razón adicional lea bien: por cada centímetro de circunferencia abdominal que pierde, su riesgo cardiovascular se reduce en un 5%. La reducción de solo 10 centímetros, reduce el riesgo un 50% y sigue bajando…
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