Era una persona amable, sonriente, con una mirada limpia y un corazón donde no anidaba, maldad, a pesar de sus años nunca había tenido una novia, sus cabellos habían blanqueado su cabeza como si fuera un capullo de algodón, su piel canela ya se veía surcada de arrugas que dejaban huellas de la vida dura y de la pobreza en que vivía Macello.
A la distancia se podía distinguir su figura por su alta estatura, sus largas y huesudas piernas daban la impresión de que era una escalera andante. Todos quería mucho a Macello, los niños siempre andaban detrás de este humilde señor jugando con él y agarrándose de él.
Aunque tenía una hermana que vivía en el vecindario, Macello pedía limosna, usaba lo necesario para calmar su hambre y luego les repartía a los niños lo que le quedara y lo mismo hacía cuando le daban comida, cuando se saciaba salía a repartir con los niños lo que le quedara.
Al llegar la noche se acomodaba en un rincón del callejón que daba paso a la casa de su hermana que no se inmutaba, ni le importaba que su hermano estuviera en la calle. Cuando los padres de Macello murieron, sus hermanos repartieron la herencia y como él era medio hermano, no le dieron nada.
Así transcurrieron los días hasta que una buena señora que vivía al lado de la hermana de Macello decidió permitirle dormir en un cuarto de baño que había abandonado en el patio de la casa, como pudieron le acomodaron una colchoneta en aquel cuarto sin más puerta que una yagua parada sostenida por una tranca de madera que atravesaba en los marcos de la entrada.
A pesar de todo Macello era feliz y mantenía una sonrisa siempre en sus labios y saludaba con cariño a todo el que encontraba a su paso.
Una noche Macello tuvo un sueño, soñó que jugó la lotería y que se sacó el premio mayor y que era un hombre muy rico y que luego unos bandidos lo querían matar para quitarle su dinero, se despertó inquieto por aquel sueño que parecía tan real.
Al amanecer sentía que su corazón se agitaba y algo le decía juega para que tu sueño se haga realidad, caminaba nervioso pensando en aquella posibilidad y decía para sí, Dios va a hacer que mi sueño se haga realidad. Ese día todo lo que reunió pidiendo lo jugó.
Guardó aquellos billetes como si fuera el mejor tesoro, en su corazón no había paz, ese día se le veía cabizbajo y preocupado.
Llegó la noche y ya iban a decir cuál era el premio mayor y macello con sus billetes en la mano fue comprobando como cada número del premio iba coincidiendo con la cifra de los números de sus billetes jugados. Al final su corazón se agitó violentamente y casi se cae al comprobar que había sacado el premio mayor.
Cayó de rodillas dando gracias a Dios por que había hecho su sueño realidad, pero pronto su alegría se volvió tristeza al recordar que en su sueño también lo querían matar para quitarle lo suyo.
Se armó de valor y dijo que no podía dormir en aquel cuartico tan inseguro, mientras tuviera el dinero de su premio, su hermana que nunca se había interesado por él inmediatamente le ofreció que se fuera a vivir a su casa y le dio todas las atenciones que nadie se puede imaginar.
Cuando se acabó el dinero ya no querían a Macello en casa de su hermana y tuvo que volver de nuevo a su cuartito del patio, todo había vuelto a la normalidad y Macello volvió a ser el mismo de siempre y los niños salían a su encuentro como antes del premio.
Cuando Macello no tenía nada era feliz, vivía con su propia preocupación de cada día, cuando tuvo algo perdió su libertad y su felicidad, la hermana de Macello sólo quería el dinero de Macello.
Son muchos los que desean tener algo en la vida porque piensan que el tener le va a dar felicidad, pero el tener sólo agrega mayores dificultades y complicaciones a la vida.
El que no tiene nada que perder vive su vida sin mayores preocupaciones en cambio el que tiene, cuanto más tiene mayores son sus preocupaciones y mayores son sus complicaciones.
Señor tu que fuiste un maestro ejemplar en desprendimiento, que fuiste capaz de desprenderte hasta de la vida para dárnosla a nosotros, aumenta en nosotros la capacidad de compartir y de desprendernos de las cosas materiales.
Les bendice P. Andrés Hernández C.
Imprimir esta página