lunes, 19 de julio de 2010

Hay mayor alegría en perdonar que en castigar


Por: P. Andrés Hernández
Vivían en una casa grande y bonita, decorada con buen gusto como sólo los ricos pueden hacerlo, era una casa espaciosa, en el centro de la ciudad, allí vivían Lucrecia con su hija maría, y Josefa con su hija dulce. A Josefa la vida le sonreía, todo le salía bien, vivía en gran abundancia económica.

Ella era la dueña y señora de aquella casa, su hija María era consentida y se le complacía en todo los caprichos, aunque apenas tenía cinco años ya era grande en molestar y hacerle la vida imposible a Josefa y a su hija Dulce.


Todo lo regaba, todo lo ensuciaba y la pobre Josefa con humildad y paciencia trabajaba y limpiaba sin parar, ayudada por su pequeña hija Dulce que tenía la misma edad de María.

Para Josefa y Dulce la vida transcurría siempre en la misma rutina, trabajar y trabajar a todas horas y sin descansar y así transcurría la vida mientras Lucrecia y María disfrutaban de la gran vida.

Un buen día tocó la casualidad de que Dulce cumplía años y su madre le confesionó una muñeca de trapo, Dulce se sentía el ser más feliz sobre la tierra y gozaba de aquel regalo que su madre le había hecho con un motivo tan especial.

Cuando María vio aquella muñeca la quiso para ella, Dulce se aferraba a su muñeca y se armó un tremendo alboroto al que acudió Lucrecia que inmediatamente exigió que le dieran la muñeca a María, porque su hija no podía sufrir por esa muñeca y le ofreció dinero a la madre de Dulce para que le comprara otra muñeca a su hija.

Josefa le explicó el valor sentimental que tenía aquella muñeca a lo que respondió Lucrecia que decidiera entre ceder la muñeca o largarse con su hija de aquella casa. Cuando Dulce escuchó aquella propuesta miró a su muñeca de trapo y sollozando alargó la mano para ceder su muñeca de trapo a María que no la quería más que para romperla en pedazos y luego marcharse con una risa burlona y humillante para la niña y su madre que sólo se abrazaron para llorar y consolarse mutuamente.

El tiempo fue pasando y ya las niñas se hacían grandes, un día María organizó una fiesta para sus amigos y pidió a Dulce que participara de aquella fiesta para que le sirviera a sus amigos, ella había ofrecido a sus amigos una gran sorpresa final que consistía en ofrecerle a Dulce como un juguete sexual para que sus amigos se divirtieran.

Cuando Dulce descubrió el propósito de aquella fiesta trató de huir, pero no logró escapar y así fue vejada una y otra vez por cada uno de los participantes de aquella fiesta, Josefina reclamó a Lucrecia lo que había pasado con su hija y solo recibió como respuesta que su hija se lo buscó por estar coqueteando en aquella fiesta de su hija.

Dulce le pidió a su madre que abandonaran aquella casa y así lo hicieron. Tuvieron que dormir aquella noche debajo de un puente y malpasaron mucho hasta que logró conseguir un buen trabajo.

Lucrecia y María se hundían cada vez más en el vicio de la droga y el alcohol, pronto se fue hundiendo en una vida perdida y terminó su vida con una sobre dosis. María quedó sola y derrochando toda la fortuna que heredó de su madre y poco a poco, fue perdiendo sus posesiones hasta quedar en la calle.

Dulce y su madre cada vez más le daban gracias a Dios, pues la vida le había sonreído y ya Dulce era casi profesional y rápidamente la colocaron como jefe de personal de la empresa para la que trabajaba.

Un buen día llegó una joven a pedir trabajo y cuando la vio entrar notó que aquella mujer que tenía delante mostraba en su rostro el sufrimiento y la necesidad, pero de pronto vio que aquella cara era conocida, era María la cual también la reconoció y bajó la cabeza y sólo atinó a decir perdón y se dirigió a la puerta para abandonar aquel lugar.

Dulce le dijo no merece nada de mí, pero te perdono y te voy a dar el trabajo para darte la oportunidad de que inicie una nueva vida y pueda superarte.

Cuanta caridad y cuanta nobleza la de Dulce que pudiendo cobrarse todo lo que María le había hecho fue capaz de perdonar. Así es la vida, los tiempos cambian y aquellas personas que hoy despreciamos y humillamos pueden llegar a superarnos. Esos que ahora despreciamos porque nos sentimos superiores, mañana pueden ser nuestros superiores por eso no debemos abusar de nadie por su condición de pobreza porque la mayor pobreza está en la mente de aquellos que no son capaces de acoger y de hacer el bien a quien está necesitado.

Señor Jesús ayúdanos a tener un corazón tan bueno que sea capaz de perdonar y de practicar la caridad con aquellos que nos han hecho mal.
Les bendice P. Andrés Hernández C.




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