martes, 29 de septiembre de 2009

Dos millones y medio de dominicanos amenazados por hipertensión arterial


POR MOISES SAAB

Hay una relación directa entre la hipertensión y los derrames cerebrales y el infarto del miocardio

SANTO DOMINGO, 29 sept (PL) Los malos hábitos alimenticios y la hipertensión arterial derivada acechan al 30 por ciento de los dominicanos, que ignoran su situación y prosiguen sus festines de grasas saturadas y frijoles, extrapolados de la culinaria ibérica.

Si se toma en cuenta que la población dominicana supera los nueve millones de personas, eso quiere decir, grosso modo, que más de dos millones y medio de personas sufren esa condición, que puede ser letal.


Para los dominicanos comunes el ideal de un día de asueto es una colación familiar en la cual el lechón asado o frito, una buena olla de frijoles, arroz y un mangú con chicharrones son los componentes propiciatorios de un buen banquete.


El mangú, que en este país caribeño es parte infaltable de un desayuno que merezca ser llamado tal, es un puré de plátanos majado con trozos de grasa de puerco que hace las delicias de propios y ajenos, conscientes o ignorantes de que están ingiriendo un delicioso veneno.

Estas preferencias explican por qué el 29 por ciento de la población, menores incluidos, padecen de obesidad y el 22 por ciento de niveles de colesterol "malo" capaces de enviar a la tumba a cualquier hijo de vecino aunque tenga un corazón de hierro.

Especialistas en dolencias cardíacas aprovecharon el Día Mundial del Corazón para alertar a sus compatriotas de que deben por lo menos modificar sus preferencias si es que quieren disfrutar de una vejez que trascienda las seis décadas.

Hay una relación directa entre la hipertensión y los derrames cerebrales y el infarto del miocardio, advirtió el doctor Wilson Ramírez, presidente del Colegio Dominicano de Cardiólogos, quien recomendó a sus compatriotas tomarse la tensión arterial por lo menos tres veces al año.

La advertencia del facultativo no encontró mucho eco entre sus paisanos, poco inclinados a cambiar sus costumbres.

En la mañana, bajo un calor que supera desde temprano los 30 grados, en los expendios de alimentos es común ver a los parroquianos saboreando un plato con una montaña de mangú, coronada por uno o dos huevos fritos y unas lascas de embutido, lo que puede equipararse a un frasco de cianuro de regulares proporciones.

Una mirada en éxtasis y los chasquidos de lengua contra el paladar evidencian el grado de placer gástrico que experimentan esos consumidores.

La situación es similar entre las generaciones más jóvenes que por supuesto ingieren lo que preparan en sus casas, pero han añadido un poco más de tósigo a su alimentación: la comida llamada chatarra.

Impelidos por una propaganda inmisericorde y la tendencia a la mímesis de las cultura popular estadounidense, los adolescentes quisqueyanos son grandes consumidores de hamburguesas en cualquiera de sus modelos, cuanto más grande, mejor, bebidas carbonatadas y toneladas de patatas fritas.

Junto a las modas, la música más estridente y el culto al dinero, las nuevas generaciones dominicanas han asimilado a su acervo el amor por lo peor de la cocina estadounidense, si es que a las cadenas de comida rápida que proliferan en esta capital y el resto del país puede considerárseles tal.

En contrapartida algo significativo de la situación es que el común de los dominicanos no fuma, a pesar de la extensa variedad de cigarrillos y puros que tiene a su disposición.

Es poco frecuente ver a un joven o a un adulto con un cigarrillo o un puro entre los dedos, un paradigma de los años 50 y 60 como sinónimo de elegancia vencido por el tiempo.

Sin embargo, cuando uno a su disposición tiene grasa abundante y mezclas misteriosas de materias que semejan carne aunque no lo sean ¿Para qué ingerir humo?



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