miércoles, 21 de abril de 2010

Pidamos a Dios el don de la serenidad


Por:P. Andrés Hernández
Era un hombre humilde y sencillo, acostumbrado a trabajar duramente para sostener a su familia, vivía en un sector pobre y marginado, aquel día se había levantado muy temprano como era su costumbre, hizo su oración acostumbrada y tomó su portafolio para salir a realizar su jornada de todos los días, se puso su casco de motorista, pero por más que insistió su vieja moto no quiso arrancar y no le quedó más remedió que ir a tomar el transporte público que escasamente pasaba cada media hora, después de mucho esperar por fin apareció la tan esperada guagua, estaba con tanta gente dentro que parecían sardinas enlatada, allí sin darse cuenta fue carteriado y perdió todos sus documentos que llevaba en el bolsillo trasero de su pantalón.


Al llegar a su trabajo, fue despedido por haber llegado tarde.
Lorenzo le suplicó una y otra vez a su jefe lo que le sucedió, pero a cada petición solo escuchaba largo de aquí antes que llame la policía para que te echen.
Lloró amargamente su infortunio y camino cabizbajo, con el rostro bañado en lágrimas hasta una pequeña Iglesia donde oró con fe al Señor y allí encontró paz en su corazón.
Cuanto infortunio en un mismo día y para una misma persona.
Vivimos en un mundo lleno de adversidades y de dificultades que pueden hacernos pensar que estamos solo y abandonados a nuestra suerte, pero todos los que buscan la fuerza en Dios la encuentran, sólo Él puede dar paz a nuestro corazón y fuerza en medio de tantas dificultades.

Seamos serenos aún en los más malos entendimientos, la serenidad puede dar sosiego al alma, cuando actúa se actúa serenamente la meditación se hace más fácil y la dirección del pensamiento entra en el dominio de la voluntad. La serenidad inspira confianza, pues te hará sentir despejado, claro los ojos, armoniosa tu voz y los ademanes controlados.

Recuerda que después de la tempestad viene la calma.

Pongamos en manos del Señor nuestra vida y pidámosle con fe que nos dé el don de la serenidad, porque sólo aquel que está en paz con Dios y consigo mismo puede tener la serenidad siempre.

Les bendice P. Andrés Hernández C.


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